La diferencia entre tu isla y la mía
consiste en que a la tuya,
tu isla,
puedo verle los ojos,
besar su frente, adivinar su mirada,
beber el océano que envuelve su desnudez.
La mía…, mi isla,
está vestida por el viento,
aunque para el resto del universo es invisible.
Para ti, náufrago…, destino inalcanzable.
No, no lo haré,
no te besaré por mucho que te empeñes
o mis palabras te enfurezcan.
Nada tengo contra ti.
Es, sólo, que una rana, en el interior
de mi café con leche,
no ha sido nunca mi desayuno favorito.